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El principal mecanismo de transmisión del aumento de las tensiones en la región de Oriente Medio a la economía mundial sería el encarecimiento de la energía. El precio del barril de crudo Brent ha subido en la última semana, situándose en torno a los 91 dólares a mediados de octubre, en un contexto de creciente preocupación por la posibilidad de que las interrupciones del suministro en la región hagan subir los precios mucho más en el futuro. Después de todo, las tensiones en la región ya han provocado en el pasado subidas sustanciales de los precios mundiales del petróleo. El ejemplo más dramático fue la década de 1970, cuando los precios se cuadruplicaron al sumirse la región en una guerra.
Resultado: ¿estanflación?
Analizamos el riesgo de un shock de oferta en el escenario de "subida de precios de las materias primas" en nuestras últimas previsiones económicas mundiales. Nuestro escenario base se fundamentaba en gran medida en los recortes de producción del grupo de exportadores de combustibles fósiles OPEP+, que elevarían el Brent a 120 dólares por barril, lo que empujaría a la economía mundial en una dirección estanflacionaria con respecto a nuestro escenario económico de referencia.
La subida de los precios de las materias primas provocaría un aumento de la inflación, mientras que el riesgo de efectos secundarios (subida de salarios y precios) en un contexto de rigidez de los mercados laborales mundiales inclinaría la balanza de los bancos centrales hacia nuevas subidas de tipos. Esta persistente preocupación por la inflación arraigada retrasaría eventuales recortes de tipos hasta avanzado 2024, lo que conllevaría que la política monetaria fuera más restrictiva a lo largo del próximo año.
El endurecimiento de la política monetaria y la presión sobre los hogares por la subida del precio de las materias primas ralentizarían el crecimiento y crearían una situación de estanflación.
El desvanecimiento de los efectos de las pasadas subidas de los precios de la energía tras la invasión rusa de Ucrania a principios de 2022 ha sido un motor clave de la desinflación mundial durante el pasado año. Pero esa tendencia ya había empezado a invertirse antes de los trágicos acontecimientos recientes. De hecho, como muestra el gráfico siguiente, la inflación energética del G7 pasó del -8% interanual en julio al -1% interanual en agosto.
Incluso si los precios del petróleo se mantuvieran en su nivel actual, rondando los 91 dólares por barril, la inflación energética pasaría a ser positiva el próximo verano antes de bajar en la segunda mitad de 2024.
Los precios del petróleo tienen que subir mucho más para desbaratar el descenso constante de la inflación general.
Evolución de la inflación energética (1972-2022):
La rigidez de los mercados laborales, potenciada por el aumento de las nóminas de septiembre en EE.UU. y un nuevo mínimo histórico de la tasa de desempleo de la eurozona en agosto, implica que cualquier aumento sostenido de la inflación podría acabar repercutiendo en los acuerdos salariales y hacer que la inflación se mantenga durante más tiempo. Con la Fed abriendo ya el debate sobre una última subida de tipos en su último mapa de puntos, la preocupación por los efectos de segunda ronda podría inclinar fácilmente la balanza hacia otra subida de tipos en noviembre si el petróleo continúa encareciéndose.
No hay que exagerar la amenaza inmediata que supone para la inflación general la subida de los precios de la energía. De hecho, uno de nuestros análisis más recientes muestra que los precios de la energía sólo representan el 1,7% del IPC subyacente, lo que significa que el impacto directo de la subida de los precios del petróleo sobre la inflación subyacente sería mínimo.
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